Cocina de domingos entre abejas y sombreros

Las abejas de su colmena son las que le producen una miel con mejores azúcares que las demás de la zona, lo que ha permitido que los siete hijos que Grimaldo Román cuida junto a su mujer Vilma Huamán hayan ido a la universidad. Se mueve despacio entre los insectos, protegido por una escafandra. Entre el humo que les proyecta para neutralizarlas muestra complacido la melaza que generan, muy recomendable como jarabe para niños, según matiza orgulloso. La marca de su producto no tiene nombre, pero en la pegatina de los botes aparece la imagen de la abeja Maya sonriendo. Cada domingo, Vilma va a las ciudades a vender esa miel, frutas y sombreros artesanales fabricados con técnicas de elaboración aprendidas de sus ancestros, esos días él cocina en la casa.

Lo dice tranquilo, sin más, pero es un gran avance para estar en Huacansayua, una zona dominada por el machismo. También es un progreso que sea ella la que vende los productos y confiesa risueña que es lo que más le gusta. Así se adentra en el comercio, maneja el dinero, toma decisiones. Entre los dos se tratan con dulzura, ríen tímidamente juntos y comparten las tareas productivas que desempeñan desde 1982 tras recibir el asesoramiento de la asociación Ceproder, que les ha proporcionado formación en la gestión de huertos y en la creación de miel. Grimaldo, de 53 años, ha llegado a ser el presidente de la asociación de apicultura de la zona y cuenta que comparte lo que ha aprendido con sus compañeros. Tanto él como ella pasan el día entero trabajando, cuando no es en la producción, es en el hogar. Y cuentan que si están sus hijos, les ayudan también, aunque dicen sin dilación que su objetivo es que estudien en la universidad.

Colgados en las paredes de adobe agrietado de su vivienda se secan los sombreros blancos que según cuenta Vilma han tenido que bajar de precio por la llegada de nuevas competencias. Sobre una mesa se apilan montones de lana de oveja recién esquilada que después tendrá que lavar y desmenuzar con las manos para poder fabricarlos. Las pieles se entremezclan con hormas de madera y abejas que pululan alrededor. Aseguran que no suelen picar, y en los casos extraños en que lo hacen basta echarse en la piel un poco de la propia miel para que el dolor se calme.

Vilma prepara un cacharrito de esa miel con algunas galletas en un plato, esta vez para darla a probar. Está en la cocina, un habitáculo de techos de uralita, con una ventana improvisada por la que entra una luz naranja fuerte, donde aparecen los fogones confundidos entre infinidad de cacharros apilados pero en orden. Por el suelo, los gatos juegan con los cuyes, que son roedores que también han aprendido a criar y con los que se garantizan las comidas para algunas temporadas, las que Grimaldo prepara los domingos para la familia.