Los hilos de colores de una falda negra

Ella va vestida de negro absoluto, pero de la cintura de su negra falda salen de un alfiler decenas de hilos de colores que va tejiendo con sus dedos hasta crear un friso estampado. Luego lo cose a las sandalias que vende y le proporcionan algo de economía para ser independiente. Nellie Elguera va vestida de oscuro bajo un sol que quema las montañas que rozan los 4.000 metros de altura en Pataypampa. Su madre ha fallecido hace unos días, está triste, pero sigue su lucha laboral.

Trabaja a mano sandalias, chalinas, estuches… con lana de oveja y de alpaca, con tintes naturales y con suelas de cuero del ganado de la zona. Junto a otras compañeras de la localidad ha organizado la Asociación de Mujeres Artesanas de Pataypampa. A sus 46 años tiene una obsesión: abrir mercado. Que sus productos le den la vuelta al mundo. Cuenta que han enviado una caja de sandalias a Italia y otra a Canadá. Pero no para de insistir en que les hace falta un técnico que les ayude a exportar sus preciados bienes. Cuenta que gracias a las ventas puede tener su propia “platita”. Con ella alcanza el privilegio de comprar queso y leche, e incluso puede darle algo de propina a sus hijos. Antes vivían, “sin nada ni nada”, según repite ella. Ese “antes” hace referencia al antes de que se implantara en su localidad la asociación Ceproder, que organizó cursos y capacitaciones a estas mujeres para que desarrollaran un oficio y conocieran sus derechos. El después para Nellie Elguera es que la mejor herencia que puede dejar a sus hijos es la educación. Para ello necesita plata, elaborar más sandalias y venderlas al mundo.

Ha vivido un tiempo en Lima, donde miles de personas se desplazaron en los ochenta llegados desde infinidad de localidades del país para huir de la violencia de Sendero Luminoso. Pero volvió pronto a Pataypampa. Cuenta con gesto disgustado que en la capital se establecen en los llamados asentamientos humanos, que son chabolas e infraviviendas, sin tener apenas para comer. Asegura que prefiere el campo. Al menos ahí tienen un huerto del que ir sacando algo, alguna oveja o una vaca, además de aire puro. Las montañas le abrazan en Pataypampa.

Ella va vestida de negro absoluto, pero de su cintura surgen los hilos de colores que con la destreza de sus dedos van dibujando en frisos estampados el futuro de sus hijos.